Por: Andra Gonzalez Leal
En la ya acostumbrada rutina diaria de los apagones en Venezuela, ahora más juntos y cercanos de puertas para adentro, por la ya no tan reciente cuarentena con la que el país enfrenta el Covid-19. Aparece un renovado escenario, al llegar la oscuridad surgen sonidos que de otro modo pasarían desapercibidos. Son los niños que juegan junto a sus padres, las madres que en tinieblas terminan la cena, los abuelos que conversan con sus nietos, los esposos que se acompañan. La oscuridad nos da más cercanía, hace necesario salir al encuentro del otro para llenar el vacío del silencio, el confinamiento y el miedo.
No serían más sabias las palabras del Papa Francisco en su reciente bendición al mundo, estamos en una barca que enfrenta la tempestad, pero juntos. Aquí nadie podrá salvarse solo. Que lección tan grande para un país con tantas divisiones, en el que pensábamos quedaban pocas cosas, hoy descubrimos aquí mismo el todo. Seguimos luchando para sobrevivir, pero quizás hoy existe la oportunidad de entender que la lucha no es por sobrevivir, sino por hacernos más amigable y noble la existencia. Todos, cada quien, a su manera, enfrenta sus miedos en estas circunstancias, pero entendemos, que nuestras familias, amigos, vecinos, compañeros en la distancia hacen lo mismo, y por eso bien vale la pena, tratar a todos con la bondad que ya no era tan común en el mundo. Pronto nos volveremos a abrazar, espero ya no seamos los mismos. Seamos de los que aprendieron cuando el mundo se detuvo, que nos necesitamos.
Esta misma oscuridad permite el momento para pensar en los que están lejos, los venezolanos regados en el mundo, pero también, los demás migrantes, a ustedes que, sin casa, sin su casa, les toca la peor parte, pero han pasado muchas cosas y continúan de pie, no teman en buscar ayuda si la necesitan, no se queden solos en las calles, busquen refugio seguro, hay manos dispuestos a ayudarles en muchas partes del mundo, y otras tantas en sus tierras con ganas de volver a abrazarles.
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