Por: Legipsia Torres[i]
Con un sol que deja tostada la piel en poco tiempo y el cuerpo mojado en sudor, Angélica, apresura el paso entre la multitud, arrastrando su maleta de ruedas y cargando en brazos a su pequeño hijo de 8 meses. Cruza el puente Internacional “Simón Bolívar” con una esperanza: Unirse a su compañero de vida, que se encuentra en Pereira – Colombia y así construir un futuro para su familia.
“Tengo muy poco dinero, así que venderé mi cabello en “La Parada” (Cúcuta), para comprar algo de comida y ahorrar la platica que me envió mi marido”.
Las mujeres y los niños son las personas más vulnerables ante la movilidad humana, entre los peligros que corren son la trata de personas y la explotación laboral.
En los alrededores de “La Parada”, debajo de un árbol, en una esquina o en pleno mercado, se encuentran los compradores de cabello, pagan según el largo y el grosor.
Peinarse, forma parte del cuidado personal y es una acción realizada en el interior del baño, en un salón de belleza, pero, al pasar el puente… Te peinan, ante los ojos de todos, te peinan para que puedas sobrevivir, para que vendas “el marco de tu rostro”. Te peinan, antes de cortar los trozos de cabello, con el mismo peine que han usado desde hace 2 meses, sin ofrecer un cafecito, donde el ambiente musical son los gritos de los vendedores; los carretilleros ofreciendo sus servicios y los vendedores de pasajes a Ecuador, Chile, Argentina.
Angélica, toma asiento en la silla de plástico, que le servirá de reposo. Le peinan, seccionan su cabello para hacer los cortes. Han obtenido varias trenzas de su cabellera y le han cancelado 30 mil pesos. Sus ojos se llenan de lágrimas, con esa cabellera larga, brillante y bien cuidada, hace algunos años, fue el “gancho” para enamorar a su marido.
“Siempre estuve orgullosa de mi cabellera, pero ya no la he podido cuidar, con esos precios del champú y las cremas, comprar comida es lo primero”.
Angélica tiene que avisar a su marido que ha logrado pasar, compra un “chip”. Con gran emoción, habla con él. “Todo bien, falta poco para vernos”. Desde hace 1 año, se despidieron, en “Cerrito Blanco”, una populosa barriada de Barquisimeto, estado Lara. Su marido no estuvo en el parto, no sintió las pataditas del bebé en el vientre de su amada compañera, se lo perdió; pero le aseguró el kit quirúrgico para que Angélica pudiera parir en la maternidad, a su pequeño Emanuel.
Angélica, apresura el paso, debe llegar al Terminal de Cúcuta, para comprar el pasaje. Seca el sudor de su frente, acaricia al niño y sigue arrastrando esa pequeña maleta cargada de esperanzas. “Ya no hay cola para comprar los alimentos en los supermercados, los estantes tienen comida, pero el sueldo no alcanza, soy Técnico Superior en Administración y mi sueldo no alcanza”
En Venezuela se necesitan más de 65 salarios mínimos para poder adquirir una canasta alimentaria familiar, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros.
Cientos, miles de personas en el terminal, acostados en las aceras, en los escalones; cada uno, con una historia y un rumbo diferente. Angélica descansa con Emanuel en brazos, sigue sudando, ahogada en calor, pero sonríe, un pasaje en su bolso, su cédula de identidad, la partida de nacimiento del niño, la tarjeta de vacunas y sin pasaporte le alientan a seguir el encuentro familiar. Angélica organizó su viaje, ojalá todo salga bien.
[i] Reportera de Fe y Alegría Guasdualito, conductora de la Radiorevista de Entre Parceros y Panas.
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